BS"D || Rabbi Geier
Metzora 5780
Continúa en esta semana el relato de esta extraña enfermedad, que atacaba la piel, la ropa y las paredes de las casas.
Quiero centrar en este caso, la atención, en la cura del mal, más allá de la enfermedad.
El relato nos cuenta que al entrar a Canaán, la tierra prometida, y al conquistar y ocupar las casas del lugar, podría ser que apareciera esta enfermedad en las cosas y las paredes de los conquistados. Otra forma de ver la tzaraʿat, esa lepra extraña que se contraía por la maledicencia. Pareciera que también el paganismo de los antiguos habitantes o su posición al Dios todopoderoso, provocaran esta enfermedad en las posesiones.
Dicen algunas malas lenguas que realmente los habitantes de Canaan escondían tesoros en sus paredes, y que probablemente estos tesoros provocaran manchas en las mismas. Por lo tanto, el “tratamiento” de las paredes consistiría en extraer estos tesoros.
Pero no hagamos nosotros mismos lashón harʿa, maledicencia, de nuestros antepasados. Si aprendimos que la Metzorʿá venía del motzí shem rʿa , aquel que sacaba el mal nombre del prójimo, lo que hacía el maledicente, era, de alguna manera, invadir la intimidad de la vida del otro para perjudicarlo.
En la conquista de la tierra prometida, ocurría algo similar. El pueblo de Israel, lo que estaba haciendo, aunque fuera por orden de Dios, era justamente invadir la intimidad de otros. No con la maledicencia, en este caso, sino con la conquista concreta de los bienes.
Podemos ver las manchas de las paredes conquistadas como un resabio del paganismo existente previo a la conquista, o como resultado de la irrupción en lo ajeno del pueblo de Israel. En ambos casos, ameritaba una cura espiritual.
No era una cura médica. Era ver de qué manera se cambiaba la espiritualidad en ese lugar y en sus habitantes para que desapareciera el mal.
El enfermo debía purgar en su falta de fé en Dios, en su disconformismo con sus propias poseciones y replantearse el haber invadido el espacio del otro. Así en lo material como con la palabra.
No es fácil hacer coincidir el alma con el cuerpo. No siempre es fácil hacer que nuestras intenciones sean puras y alinearlas con nuestras acciones. No siempre nos es fácil renunciar a nuestros deseos y no invadir los espacios y poseciones del prójimo. Son nuestras actitudes y, sobre todo el ejemplo que mostramos a nuestro derredor, los que posibilitan que nuestro entorno fluya con pureza o se trabe en ambientes con manchas. Y en nuestro trabajo como comunidad, como familia ampliada de cada uno, esto se torna aún más delicado.
Que este Shabat nos permita replantearnos nuestros objetivos, nuestras visiones y el respeto por nuestros espacios y de aquellos que nos rodean, para que nuestras paredes sean firmes, y puras, para que los objetivos, individuales y comunitarios se lleven a cabo de manera más simple y llevadera.